jueves, 5 de mayo de 2011

Conociéndonos... otra vez




El día 25 de marzo a las 15.00 horas entró nuevamente Daniel en la sala de música de la casa cuna, recuerdo mi marido y yo nerviosos, con globos y pompas de jabón esperándole, pensaba "¿habrá crecido mi niño? ¿se acordará de nosotros? ¿como estará?" un sinfín de preguntas que en 10 minutos que tardaron en traerle me taladraba la cabeza mientras miraba a la puerta y los nervios me comían por dentro.

Y entró nuestro pequeño, y yo me desmoroné por dentro.... entro y nos miró, no se acordaba de nosotros ( normal tenía 21 meses y la primera vez tenía 17 meses) e hizo un amago de puchero mientras quería volverse con su cuidadora, pero yo lo cogí en mis brazos y pronto le enseñé la foto que llevo suya en mi móvil y que me hizo más amena la espera, pronto se reconoció y mientras le decía "somos mamá y papá, tranquilo Daniel" él fue cogiendo confianza y pronto se volvió el niño que recordábamos.

La verdad, el reencuentro no era el esperado, yo sé que nunca puedes idealizar, pero escuché a amigas decir que sus pequeños entraban con sus fotos en las manos y corriendo iban a sus brazos, que pensé que Daniel haría algo similar, pero claro, los otros niños eran mucho más grandes que él.

Pero eso no fue lo que me desmoronó, fue ver que mi pequeño, en 4 meses estaba muy delgadito, sólo había engordado 300 gramos, nos lo trajeron desatendido, sin peinar, el pobre con moquitos... no voy a dar más detalles. Pero en ese mismo momento me cagué en la madre de más de una... y encima tenía narices de decirme la traductora si quería preguntarle algo a la cuidadora, yo le dije que estaba en blanco, porque si llego a hablar.... me los como.

Más tarde le trajeron la merienda y se sentó en una mesita,  con media tacita de leche tibia y un bollo relleno de carne con arroz. Mi niño no comía, engullía, era tal la ansiedad que tenía que se ahogaba mientras intentaba masticar y hacer más hueco en la boca para meter más comida. Mi marido y yo pensamos "Dios, a saber lo que has pasado".

Después de una hora y media de visita nos fuimos, y en la boca tenía un sabor agridulce, estaba muy contenta por haber visto a mi pequeño, pero las condiciones en las que lo encontramos y la actitud que tuvo nos dejó descolocados. Esa noche fue mi peor noche en Rusia, no podía parar de llorar y preguntarme porqué el destino hace que tardes tanto en encontrarte con tu hijo y me lamentaba de los males que le podría haber evitado.


Gracias a Dios, esto sólo pasó el primer día, luego Daniel aunque hacía un mini puchero al vernos, de seguida jugaba con nosotros y estaba normal, risueño, alegre.... le cambiaba la cara al sonreír. Aunque la merienda seguía (y aun sigue a día de hoy) comiéndola con ansiedad.

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